Thomas Paine «Sentido Comun «

thomas paine sentido comunSENTIDO COMUN – 1776

Respecto del origen y propósito del gobierno en general, con

observaciones precisas sobre la Constitución inglesa

Algunos escritores han confundido en tal forma la sociedad con el gobierno como para dejar poca o pequeña distinción entre ambos, a pesar de que no sólo son diferentes sino que tienen distintos orígenes. La sociedad es, producida por, nuestras necesidades y el gobierno por nuestra maldad; la anterior promueve nuestra felicidad positivamente al unir nuestros afectos, el posterior negativamente restringiendo nuestros vicios. La una alienta el intercambio, el otro crea distinciones. La primera es un protector, el último un castigador.

La sociedad. en cualquier estado es una bendición, pero el gobierno, aun en su mejor estado, no es sino un mal necesario; en su peor estado, uno intolerable: pues cuando sufrimos, o estamos expuestos a las mismas miserias por un gobierno que podríamos esperar en un país sin gobierno, nuestra, calamidad es acrecentada al reflexionar que nosotros proveemos  los medios por los cuales sufrimos. El gobierno, como la vestimenta, es una insignia, de inocencia perdida; los palacios de los reyes están construidos sobre las ruinas de las enramadas del paraíso. Pues de ser limpios los impulsos de la conciencia, uniformes, e irresistiblemente obedecidos, el hombre no necesitaría otro otorgador de leyes; pero no siendo ése el caso, encuentra necesario entregar una parte de su propiedad para proveer los medios para la protección del resto; y a esto es inducido por la misma prudencia que en todo otro caso lo aconseja, la de escoger entre dos males el menor. Por cuanto, siendo la seguridad la verdadera finalidad del gobierno, resulta incontestable que cualquier forma que pueda parecer más probable para asegurárnosla con el menor gasto y el mayor beneficio, es preferible a todas las otras.

Para obtener una idea clara y justa de la intención y el fin del gobierno, supongamos un número pequeño de personas establecidas en un lugar alejado del mundo, sin conexión con el resto; representarán entonces la primera población de cualquier país o del mundo. En este estado de libertad natural, la sociedad será su primer pensamiento. Mil motivos los incitarán a ella, la fuerza de un hombre es tan desigual a sus necesidades, y su mente tan poco apta para la sociedad perpetua, que pronto estará obligado a buscar ayuda y socorro de otro, que a su vez requiere lo mismo. Cuatro o cinco unidos serían capaces de construir una vivienda tolerable en medio de una naturaleza salvaje, pero un hombre puede trabajar durante el curso natural de su vida sin realizar nada; cuando derribara sus árboles, no podría removerlos ni erigirlos después que fueran removidos; el hambre entretanto le urgiría a abandonar su trabajo, y cada necesidad diferente lo atraería en distintas direcciones. Una enfermedad, aun una desgracia, seria la muerte; pues aunque ninguna, de las dos fuera mortal, aun así cualquiera de las dos le inhabilitaría para la vida y lo reduciría a un estado en que quizás se podría decir que perecería en vez de que moriría.

La necesidad, pues, como un poder de gravitación, pronto forjaría a nuestros recién llegados emigrantes en una sociedad, cuyas bendiciones recíprocas sobrepasarían y tornarían innecesarias las obligaciones de la ley y el gobierno, a la vez que permanecerían perfectamente justos los unos a los otros; pero como nada bajo el cielo es inconquistable para el vicio, sucederá inescapablemente que en la misma proposición en que se sobreponen a las primeras dificultades de la emigración, que los unía juntos en una misma causa, empezarán a relajarse en su deber y adhesión los unos para con los otros; y este entibiamiento señalaría la necesidad de establecer alguna forma de gobierno para suplir el defecto de la virtud moral.

Algún árbol conveniente les proveerá un edificio de estado, bajo las ramas del cual toda la colonia pueda reunirse para deliberar sobre asuntos públicos. Es más que probable que sus primeras leyes sólo tendrán el título de REGLAMENTOS y no serán puestos en vigor por otro castigo que la falta de estima pública. En este primer parlamento cada hombre tendrá un asiento por derecho natural.

Pero según la colonia aumenta, el interés público también se incrementará, y la distancia en la cual puedan estar separados sus miembros, hará demasiado inconveniente el que todos se reúnan en cada ocasión como al principio, cuando su número era pequeño, sus habitaciones cercanas, y los intereses públicos pocos y de poca importancia. Esto señalará la conveniencia de que ellos consientan a dejar la parte legislativa para ser administrada por un número selecto escogido de entre todo el cuerpo, que estarán supuestos a tener los mismos intereses en juego como aquellos que los han elegido, y que actuarán en igual forma como todo el cuerpo actuaría de estar presente. Si la colonia continúa aumentando, se tornará necesario aumentar el número de representantes; y, a fin de que el interés de cada porción de la colonia pueda ser atendido, se descubrirá mejor el dividir a  todos en partes convenientes, cada parte enviando su número propio; y, a fin que los electos nunca formen entre al un interés separado del de los electores, la prudencia señalará la corrección de celebrar elecciones frecuentemente, porque tal corno los electos pueden por tal medio regresar y confundirse nuevamente con el cuerpo general de electores en unos cuantos meses, su fidelidad al público estará asegurada por la reflexión prudente de no crear un bastón de mando o dominación contra ellos mismos. Y como este intercambio frecuente establecerá un interés común en cada porción de la comunidad, mutua y naturalmente se apoyarán unas a otras, y de esto ‘no del nombre sin sentido de rey’ depende la fuerza del gobierno y la felicidad de los gobernados.

Aquí, pues, está el origen y el surgimiento del gobierno; esto es, un modo que se ha hecho necesario por la inhabilidad de la virtud moral de gobernar al mundo; aquí, también, está el propósito y el fin del gobierno, o sea, libertad y seguridad. Y no importa cómo nuestros ojos puedan ser deslumbrados con el espectáculo, o nuestros oídos engañados por el sonido, no importa cuánto el prejuicio pueda torcer nuestras voluntades, o el interés oscurecer nuestro entendimiento, la sencilla voz de la naturaleza y la razón dirá, “Es cierto”.

Tomo mi idea de la forma de gobierno de un principio de la naturaleza que ningún arte puede derribar, o sea, que mientras más sencilla es una cosa, menos expuesta está a ser desordenada y más fácilmente será reparada, una vez en desorden; y con esta máxima en mente ofrezco unas cuantas observaciones respecto de la muy alabada constitución de Inglaterra. Se concede que fue noble para la época oscura y servil en que fue erigida. Cuando el mundo estaba rebosante de tiranía, era un rescate glorioso el menor alejamiento de ella. Pero que es imperfecta, sujeta a conclusiones e incapaz de producir lo que parece prometer es fácilmente demostrable.

Los gobiernos absolutos aunque constituyen la vergüenza de la raza humana conllevan esta ventaja: son sencillos. Si el pueblo sufre, sabe la fuente de la cual surgen sus sufrimientos; conoce igualmente el remedio y no está confundido por una variedad de causas y curas. Pero la constitución de Inglaterra es tan extremadamente compleja que la nación puede sufrir junta durante años sin poder descubrir en qué parte yace la falta; algunos dirán que en uno y algunos en otra, y cada médico político aconsejará una medicina diferente.

Sé que es difícil sobreponerse a prejuicios locales o de larga duración, pero si nos permitimos el examen de las partes constitutivas de la constitución inglesa, encontraremos que son los viles restos de dos antiguas tiranías, mezcladas con algunos materiales republicanos nuevos.

Primero, los restos de una tiranía monárquica en la persona del rey.

Segundo, los restos de una tiranía aristocrática en las personas de los pares.

Tercero, los nuevos materiales republicanos en las personas de los comunes, de cuya virtud depende la libertad de Inglaterra.

Los primeros dos, al ser hereditarios, son independientes del pueblo; por lo que, en un sentido constitucional, no contribuyen nada hacia la libertad del estado.

Decir que la constitución de Inglaterra es una unión de tres poderes, que se frenan recíprocamente unos a los otros es ridículo; o las palabras carecen de sentido o son unas totales contradicciones.

Decir que los comunes constituyen un freno sobre el rey, presupone dos cosas.

Primero, que el rey no es de confiar sin que se le vele; o, en otras palabras, que una sed de poder absoluto es la enfermedad natural de la monarquía.

Segundo, que los comunes, al ser nombrados con tal propósito, son, o más sabios o más dignos de confianza que la corona.

Pero como la misma constitución que da poder a los comunes para frenar al rey, mediante la negativa de recursos, da más tarde al rey un poder para frenar a los comunes al permitirle rechazar sus proyectos, nuevamente supone que el rey es más sabio que ellos a quienes ya se ha supuesto ser más sabios que él. ¡Un mero absurdo!

Hay algo extremadamente ridículo en la composición de la monarquía, primero excluye a un hombre de los medios de, información, sin embargo le da poder para actuar en casos en que se requiere el juicio más difícil. La condición de rey le encierra fuera del mundo, sin embargo, el negocio de un rey requiere que lo conozca completamente; por consiguiente, las diferentes partes, al oponerse y destruirse naturalmente, demuestran que toda la situación es absurda e inútil

Algunos escritores han explicado la constitución inglesa en esta forma: el rey, dicen es uno, el pueblo, otro; los pares son una cámara a favor del rey, los comunes a favor del pueblo. Pero esto tiene todas las distinciones de una casa dividida contra al misma y aunque las expresiones están agradablemente arregladas, sin embargo, al ser examinadas, aparecen ociosas y. ambiguas; y siempre sucederá que la mejor construcción de algo que no puede existir, o que es demasiado incomprensible para estar dentro del ámbito de una descripción, serán palabras sólo de sonido, y aunque pueden divertir al oído, no pueden informar a la mente: pues esta explicación incluye una pregunta previa, o sea, ¿Cómo llegó el rey al poder en que el pueblo tiene miedo de confiar y siempre está obligado a frenar? Tal poder no puede ser el regalo de un pueblo sabio, ni puede ningún poder que necesite freno ser de Dios; sin embargo, la disposición que hace la constitución supone que existe tal poder.

Pero la disposición no es hábil para la tarea; los medios o no pueden o no quieren alcanzar el fin, y el asunto todo es suicida: pues igual que un peso mayor siempre hará elevarse al menor, e igual que todas las ruedas de una máquina se ponen en movimiento por una, sólo resta saber qué poder en la constitución tiene el mayor peso, pues tal gobernará: y aunque los otros, o una parte de ellos, puedan obstruir, o frenar la rapidez de su movimiento, sin embargo, mientras no puedan detenerlo, sus esfuerzos serán inefectivos. El poder que primero se mueve habrá de tener la última palabra, y lo que le falta en velocidad, lo suple el tiempo.

Que la corona es esta parte avasalladora de la constitución inglesa no necesita ser mencionado, y que deriva toda su consecuencia al meramente ser el dador de posiciones y pensiones es evidente de por sí; por cuanto, aunque hemos sido sabios en encerrar y poner candado a la puerta en contra de una monarquía absoluta, al mismo tiempo hemos sido lo suficientemente tontos como para poner a la corona en posesión de la llave.

…..Ustedes que nos hablan de armonía y reconciliación, ¿pueden ustedes restaurarnos el tiempo que está pasando? ¿Pueden ustedes dar a la prostitución su anterior inocencia? Tampoco pueden ustedes reconciliar a Bretaña y América. La última vinculación está ahora rota; la gente de Inglaterra está presentando memoriales en contra de nosotros. Hay agravios que la naturaleza no puede perdonar; dejaría de ser naturaleza si lo hiciera. Tanto puede el amante perdonar al violador de su amada como el continente perdonar los asesinatos de Bretaña. El Todopoderoso ha implantado en nosotros estos sentimientos inextinguibles con buenos y sabios propósitos. Son los guardianes de su imagen en nuestro corazón. Nos distinguen del rebaño de animales comunes. El impacto social se disolvería, y la justicia sería extirpada de la tierra, o sólo tendría una existencia casual, si fuéramos insensibles a las conmociones del afecto. El ladrón y el asesino a menudo escaparían sin castigo si no fuera porque las ofensas a nuestros temperamentos nos obligan a hacer justicia.

¡Oh! ¡Ustedes que aman la humanidad! ¡Ustedes que se atreven a oponerse no sólo a la tiranía sino al tirano, presén­tense! Cada lugar del Viejo Mundo está desbordado de opresión. La libertad ha sido perseguida alrededor del mundo. Asia y África hace tiempo la expulsaron. Europa la considera como una extraña, e Inglaterra le ha dado aviso de partir. Oh, reciban a la fugitiva y preparen a tiempo un asilo para la huma­nidad…

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